miércoles, 10 de noviembre de 2010

Los Libertos

Era un frío día de invierno, llevábamos casi toda la semana esperando aquel momento para recibir a aquella persona que entraría en nuestra casa y nos haría la vida un poco más fácil.
Cuando llegamos a la plaza del centro había un gran lio de gente , y cuando nos dimos cuenta vimos cómo se nos acercaba una de aquellas personas.
Le guiamos hacia nuestro hogar, y una vez allí le explicamos fríamente las normas.
Al principio todos nos mostrábamos fríos pero poco a poco con el paso de los días fuimos cogiendo más confianza unos con otros.
Yo no entendía como aquel pobre esclavo podía aguantar todas las tareas que le mandábamos mi marido y yo. En ocasiones pensaba que éramos demasiado duros con él, pero enseguida mi marido me corregía y me decía que él había nacido para eso, que ese era su trabajo, y nosotros no teníamos que tener ningún reparo en ordenarle las tareas que para nosotros fueran más costosas.
Rápidamente pasaron los años. Nuestros hijos crecían y mi marido y yo envejecíamos. También envejecía nuestro sirviente, pero seguía siendo igual de eficiente que hace 10 años, cuando el tan solo era un joven.
En invierno pasó por nuestro pueblo una gran epidemia de peste y mi marido enfermó. Se puso muy enfermo y pasó muchísimo tiempo en la cama, sin poder casi ni moverse.
Yo estaba muy preocupada porque si mi marido fallecía yo ya no sería nadie, así que me pase día y noche a su lado, para que no le faltara de nada.
Sorprendentemente, nuestro esclavo, hizo toda clase de tareas sin que se las ordenáramos. Estaba todo el día a nuestra disposición, sin hacer ni un solo mal gesto.
Pasaban los días y yo veía cada día mas mal a mi marido, así que una mañana le dije que me hiciera un favor.
Le expliqué lo bien que se había portado con nosotros el esclavo, día y noche cuidando de nosotros, así que le pedí a mi marido que antes de morir liberara al esclavo.
Mi marido, accedió, aunque tras mucho esfuerzo, pues en sus últimas horas no podía casi ni hablar.
Cuando le comunique al esclavo la noticia no encontraba las suficientes palabras para agradecernos la decisión, y aunque lo normal hubiera sido irse al saber la noticia, él se quedó hasta el último suspiro de mi marido.
Después de la muerte de mi marido él se quedó conmigo y con mis hijos hasta que yo le dije que ya no necesitábamos nada, entonces él se fue libre, aunque con un sabor agridulce, pues era feliz, pero estaba triste por la pérdida de su amo.
Pasaron los años y ya no volví a saber de aquel bondadoso hombre, aunque un día de verano me llegó la noticia de que el esclavo había muerto. Sentí tanto la muerte de aquel hombre que me dí cuenta de la suerte que habíamos tenido suerte de tener un hombre tan bondadoso como aquel, aunque me arrepentía de no haberle liberado antes de aquel infierno al que le teníamos sometido, para que pudiera vivir feliz como se merecía.
Ahora solo puedo pensar que estará con Dios y que tiene una vida buena, aunque sea en el otro mundo, lejos de mí.

SILVIA MARTIN RUIZ 1ºbach B

4 comentarios:

  1. Silvia, el relato recuerda al de Alberto, aunque luego te has despegado. He corregido errores de expresión y he justificado el texto.
    La caracterización de la "domina" me cuesta un poco creerla.
    A por el siguiente! Seguro que lo vas a mejorar

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  2. Oooooohh!! ¡Proba domina! Me ha gustado mucho mucho =D Por fin una romana que tiene dos dedos de frente =D

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  3. silvia mui buena la redaccion =)
    Lo que me ha gustado es que has cambiado la forma de verlo... en la de Alberto hablaba el esclavo y en esta la domina.. me a gusta mucho =)

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