DIARIO DE IBIZA.ES
25.3.2012
También cabe acudir a los mitos que retienen todo lo que sucedió en tiempos de los que el hombre no tiene memoria
09:41
|
|
|
|
En el archipiélago pitiuso, Formentera es un fascinante capricho de la naturaleza, una frágil emergencia marina. La isla es un banco de limos, gravas y arenas, que se extiende en un estrecho istmo, a muy pocos metros por encima del mar, sostenido por dos pétreas columnas que tienen su anclaje en los fondos marinos: el macizo de la Mola en el este y el Cap de Barbaria en el Oeste.
Frente a la realidad intrigante y maravillosa de nuestros
orígenes, el mito, sobre los hechos de la experiencia, construye un
imaginario que no deja de ser una intuición privilegiada, una ficción
realista que sacraliza el espacio y el tiempo. | Robert Graves.
Los orígenes de la isla se pierden en la noche de los tiempos, pero, por los indicios que tenemos, cabe imaginarlos sobre la base de dos versiones, la científica que nos da la geología y la literaria que nos proporcionan los mitos.
Los geólogos nos dicen que en el mioceno superior, hace ahora 11 millones de años, por compresión de la corteza terrestre, se producen formidables movimientos verticales que provocan en la mar mesogea las emersiones de tierra que, después, en un día todavía lejano, conformarán los archipiélagos que habitamos. Pero antes de que tal cosa suceda, se suceden movimientos tectónicos innumerables –plegamientos, fracturas, afloramientos y hundimientos– que, una y otra vez, modifican la ocupación que las aguas y las tierras tienen en cada momento. El mar avanza y retrocede, las tierras emergen y quedan luego sumergidas, se separan y vuelven a unirse. Nuestro pequeño mundo nace así de un auténtico caos. Los movimientos tectónicos que continúan en el plioceno y en el cuaternario crean finalmente fallas y crestas de orientación NE-SW que después conformarán el archipiélago pitiuso, separándose unos cincuenta kilómetros hacia el sudoeste respecto a las Gimnesias (Mallorca y Menorca) y configurando así las insularidades que hoy conocemos. Este proceso transformador de Gea es tan brutal y complejo que no sería creíble sin las huellas que nos han dejado aquellos telúricos movimientos en los sedimentos estratificados de los lugares más elevados de la isla, restos de algas, corales, rodolitos, moluscos y huevos de tortuga. Así sabemos que lo que en otros tiempos fueron simas marinas son hoy farallones de 100 metros de altura.
En los tiempos que siguieron en un periodo cuyo límite inferior nos hace retroceder 1,6 millones de años, la tectónica mantiene su actividad y Formentera bascula hacia el oeste mientras se eleva el este de la isla, a más de cien metros sobre el mar, en lo que conocemos como macizo de la Mola. Después, lentamente, las áreas deprimidas se van colmatando con los sedimentos provocados por las aguas torrenciales de los periodos lluviosos, con el resultado de que la isla va creciendo con el cordón litoral que, con unos mil metros de anchura en su zona más angosta, consigue unir los dos promontorios de la isla que encuentran su techo por el este en Sa Talaiassa, (192 metros), y el Puig Guillem en el oeste (107 metros). Y habrá después, todavía, avances y retrocesos del mar, se alternarán los periodos glaciales y lluviosos con los interglaciares más cálidos y secos, pero poco a poco se irá fijando la geomorfología de la Pitiusa menor, tal como la conocemos. Ésta es, muy simplificada, la explicación geológica que recoge a grandes saltos el parto de la Tierra del que nació Formentera. Pero ya dijimos que también cabe acudir a los mitos que retienen todo lo que sucedió en tiempos de los que el hombre no tiene memoria.
Hijo de Clímene y Japeto y padre de las ninfas Hespérides, Esperetusa, Egle y Eritia, –en una generación anterior a los Olímpicos–, Atlante, gigante hermano de Menecio, Epimeteo y Prometeo, encabezó a los Titanes en su lucha contra los dioses que le condenaron a soportar sobre sus hombros una isla que estaba en las afueras de Occidente y que, por lo que sabemos, era Formentera. Pero sucedió que al levantarla por el este, sobre el mar, la isla se inclinó peligrosamente hacia poniente donde su zona más baja quedó sumergida. Fue entonces cuando Heracles, que iba camino del Jardín que custodiaban las Hespérides en el extremo occidente, al borde el río Océano, se avino a echarle una mano para congraciarse con las hijas de aquél y levantó la isla por el oeste. Pero lo que entones sucedió fue que Gorgona, el monstruo marino de afiladas garras y espantosa cabeza, que tenía serpientes en lugar de cabellos y una mirada penetrante que convertía a los hombres en piedra, disgustada de que le arrancaran la isla de sus fondos marinos y la sacaran a la superficie, clavó su mirada en Heracles y Atlante que, mientras sostenían la isla con sus poderosos hombros, quedaron petrificados. Afortunadamente, la diosa Hera, reina de los Olímpicos y esposa de Zeus, convenció a éste para que liberara a Heracles y Atlante, manteniendo su obra en la isla que así salvó sus columnas de piedra, mientras los gigantes siguieron su camino. Heracles marchó a las Hespérides y dejó constancia de su paso levantado las Columnas de Hércules en el estrecho de Gibraltar, mientras que el empecinado Atlante volvió a desafiar a los dioses que, inmisericordes, esta vez le condenaron a soportar sobre sus hombros la bóveda del cielo. Un mal final que se agravó, según parece, cuando Perseo le enseñó a Atlante la cabeza de su antigua enemiga, la Gorgona, que consiguió que Atlante quedara de nuevo petrificado en la cadena norteafricana del Atlas. Fuera como fuese, para entonces, Formentera ya había conseguido y mantenía el firme anclaje que le daban sus pétreas columnas, las que todavía sobresalen, al este y oeste de la isla, en sus promontorios de la Mola y el del Cap de Barbaria. Sólo cabe esperar que el talante caprichoso de los dioses no decida algún día devolver la isla a las simas marinas que dominan Posidón y Gorgona. Ovidio cuenta en las Metamorfosis que Gorgona había sido una bellísima ninfa que sedujo Posidón, uniéndose ambos bajo al ara de Atenea que, encolerizada, convirtió a Gorgona en el monstruo marino que, sin querer, tuvo mucho que ver en la emergencia que en tiempos tuvo Formentera.
Los orígenes de la isla se pierden en la noche de los tiempos, pero, por los indicios que tenemos, cabe imaginarlos sobre la base de dos versiones, la científica que nos da la geología y la literaria que nos proporcionan los mitos.
Los geólogos nos dicen que en el mioceno superior, hace ahora 11 millones de años, por compresión de la corteza terrestre, se producen formidables movimientos verticales que provocan en la mar mesogea las emersiones de tierra que, después, en un día todavía lejano, conformarán los archipiélagos que habitamos. Pero antes de que tal cosa suceda, se suceden movimientos tectónicos innumerables –plegamientos, fracturas, afloramientos y hundimientos– que, una y otra vez, modifican la ocupación que las aguas y las tierras tienen en cada momento. El mar avanza y retrocede, las tierras emergen y quedan luego sumergidas, se separan y vuelven a unirse. Nuestro pequeño mundo nace así de un auténtico caos. Los movimientos tectónicos que continúan en el plioceno y en el cuaternario crean finalmente fallas y crestas de orientación NE-SW que después conformarán el archipiélago pitiuso, separándose unos cincuenta kilómetros hacia el sudoeste respecto a las Gimnesias (Mallorca y Menorca) y configurando así las insularidades que hoy conocemos. Este proceso transformador de Gea es tan brutal y complejo que no sería creíble sin las huellas que nos han dejado aquellos telúricos movimientos en los sedimentos estratificados de los lugares más elevados de la isla, restos de algas, corales, rodolitos, moluscos y huevos de tortuga. Así sabemos que lo que en otros tiempos fueron simas marinas son hoy farallones de 100 metros de altura.
En los tiempos que siguieron en un periodo cuyo límite inferior nos hace retroceder 1,6 millones de años, la tectónica mantiene su actividad y Formentera bascula hacia el oeste mientras se eleva el este de la isla, a más de cien metros sobre el mar, en lo que conocemos como macizo de la Mola. Después, lentamente, las áreas deprimidas se van colmatando con los sedimentos provocados por las aguas torrenciales de los periodos lluviosos, con el resultado de que la isla va creciendo con el cordón litoral que, con unos mil metros de anchura en su zona más angosta, consigue unir los dos promontorios de la isla que encuentran su techo por el este en Sa Talaiassa, (192 metros), y el Puig Guillem en el oeste (107 metros). Y habrá después, todavía, avances y retrocesos del mar, se alternarán los periodos glaciales y lluviosos con los interglaciares más cálidos y secos, pero poco a poco se irá fijando la geomorfología de la Pitiusa menor, tal como la conocemos. Ésta es, muy simplificada, la explicación geológica que recoge a grandes saltos el parto de la Tierra del que nació Formentera. Pero ya dijimos que también cabe acudir a los mitos que retienen todo lo que sucedió en tiempos de los que el hombre no tiene memoria.
Hijo de Clímene y Japeto y padre de las ninfas Hespérides, Esperetusa, Egle y Eritia, –en una generación anterior a los Olímpicos–, Atlante, gigante hermano de Menecio, Epimeteo y Prometeo, encabezó a los Titanes en su lucha contra los dioses que le condenaron a soportar sobre sus hombros una isla que estaba en las afueras de Occidente y que, por lo que sabemos, era Formentera. Pero sucedió que al levantarla por el este, sobre el mar, la isla se inclinó peligrosamente hacia poniente donde su zona más baja quedó sumergida. Fue entonces cuando Heracles, que iba camino del Jardín que custodiaban las Hespérides en el extremo occidente, al borde el río Océano, se avino a echarle una mano para congraciarse con las hijas de aquél y levantó la isla por el oeste. Pero lo que entones sucedió fue que Gorgona, el monstruo marino de afiladas garras y espantosa cabeza, que tenía serpientes en lugar de cabellos y una mirada penetrante que convertía a los hombres en piedra, disgustada de que le arrancaran la isla de sus fondos marinos y la sacaran a la superficie, clavó su mirada en Heracles y Atlante que, mientras sostenían la isla con sus poderosos hombros, quedaron petrificados. Afortunadamente, la diosa Hera, reina de los Olímpicos y esposa de Zeus, convenció a éste para que liberara a Heracles y Atlante, manteniendo su obra en la isla que así salvó sus columnas de piedra, mientras los gigantes siguieron su camino. Heracles marchó a las Hespérides y dejó constancia de su paso levantado las Columnas de Hércules en el estrecho de Gibraltar, mientras que el empecinado Atlante volvió a desafiar a los dioses que, inmisericordes, esta vez le condenaron a soportar sobre sus hombros la bóveda del cielo. Un mal final que se agravó, según parece, cuando Perseo le enseñó a Atlante la cabeza de su antigua enemiga, la Gorgona, que consiguió que Atlante quedara de nuevo petrificado en la cadena norteafricana del Atlas. Fuera como fuese, para entonces, Formentera ya había conseguido y mantenía el firme anclaje que le daban sus pétreas columnas, las que todavía sobresalen, al este y oeste de la isla, en sus promontorios de la Mola y el del Cap de Barbaria. Sólo cabe esperar que el talante caprichoso de los dioses no decida algún día devolver la isla a las simas marinas que dominan Posidón y Gorgona. Ovidio cuenta en las Metamorfosis que Gorgona había sido una bellísima ninfa que sedujo Posidón, uniéndose ambos bajo al ara de Atenea que, encolerizada, convirtió a Gorgona en el monstruo marino que, sin querer, tuvo mucho que ver en la emergencia que en tiempos tuvo Formentera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario